La diáspora y legado de los judíos expulsados de la Península Ibérica.
La historia de los judíos sefardíes —aquellos originarios de la Península Ibérica— representa uno de los capítulos más significativos en la narrativa de la diáspora judía. Su migración forzada a partir de 1492 transformó el mapa cultural del judaísmo mundial y dejó un legado perdurable en numerosas comunidades a través de Europa, el Mediterráneo, el Norte de África, el Imperio Otomano y, eventualmente, el Nuevo Mundo.
Antes de explorar la migración, es importante comprender lo que se perdió. La presencia judía en la Península Ibérica se remonta posiblemente a la época romana, pero fue durante la Edad Media cuando floreció extraordinariamente, especialmente bajo el dominio musulmán entre los siglos VIII y XII.
Este período, conocido como la "Edad de Oro", vio surgir figuras intelectuales de la talla de:
Las comunidades judías de ciudades como Córdoba, Toledo, Granada y Barcelona se convirtieron en centros de aprendizaje, comercio y cultura. El judeoespañol (ladino) comenzó a desarrollarse como lengua propia, y tradiciones distintivas en liturgia, música y costumbres definieron una identidad sefardí única.
El 31 de marzo de 1492, los Reyes Católicos Fernando e Isabel firmaron el Edicto de Granada, ordenando que todos los judíos de sus reinos debían convertirse al cristianismo o abandonar los territorios bajo su dominio antes del 31 de julio de ese mismo año.
Esta decisión, motivada por el fervor religioso de la Reconquista y la política de unidad religiosa, puso fin abruptamente a casi 1500 años de presencia judía en la Península. Se estima que entre 80,000 y 200,000 judíos fueron expulsados, enfrentándose a condiciones extremadamente difíciles:
Portugal, inicialmente un refugio para muchos, decretó su propia expulsión en 1497, completando la erradicación de la presencia judía abierta en la Península Ibérica.
"Desde el día de la destrucción del Templo, no hubo para Israel un tiempo tan malo como éste." — Don Isaac Abravanel, estadista y erudito judío que vivió la expulsión
Los exiliados sefardíes tomaron diversas rutas en su búsqueda de nuevos hogares, creando un mapa de migración complejo que abarcó tres continentes:
Marruecos, Argelia, Túnez y Libia recibieron grandes contingentes, especialmente en ciudades costeras como Fez, Tetuán y Túnez. Estas comunidades mantuvieron fuertes vínculos con la cultura hispánica mientras desarrollaban características distintivas locales.
El sultán Bayaceto II, reconociendo el potencial de los exiliados, abrió las puertas de su imperio, comentando famosamente sobre la "torpeza" de Fernando que "empobreció su país para enriquecer el nuestro". Estambul, Salónica, Esmirna y otras ciudades otomanas desarrollaron prósperas comunidades sefardíes.
Ciudades como Livorno, Venecia, Roma y Ferrara en Italia, así como Sarajevo y Dubrovnik en los Balcanes, recibieron importantes contingentes que contribuyeron significativamente a la vida económica y cultural de estas regiones.
Algunas familias encontraron refugio en Francia, Holanda (particularmente Amsterdam), Inglaterra, y más tarde, en las colonias americanas. Comunidades en Hamburgo, Londres, Bayona y Burdeos fueron fundadas o reforzadas por exiliados sefardíes.
A pesar del trauma de la expulsión, o quizás precisamente debido a la determinación de preservar su identidad, los sefardíes mantuvieron vivas sus tradiciones distintivas en las tierras de acogida:
El judeoespañol o ladino, una lengua romance derivada del español medieval con influencias hebreas, árabes, turcas y otras, dependiendo de la región de asentamiento, se convirtió en el marcador más distintivo de la identidad sefardí. Escrito originalmente en caracteres hebreos (aljamiado), conservó giros lingüísticos del español del siglo XV que ya no existen en el español moderno.
Refranes, romances (baladas narrativas) y canciones en ladino preservaron no solo el idioma sino cosmovisiones y valores culturales. Un ejemplo de refrán sefardí: "El mazal no es una escala que se puede subir" (La suerte no es una escalera que se pueda subir).
El rito sefardí de oración difiere del ashkenazí (europeo oriental) en melodías, orden de servicios y algunas oraciones específicas. La música litúrgica sefardí se caracteriza por elaborados melismas (adornos melódicos) e influencias de la música andalusí y mediterránea.
El bagaje musical incluye piyutim (poemas litúrgicos), coplas y canciones para el ciclo de vida y festividades. La tradición de romances judeospañoles constituye un tesoro literario-musical único que ha atraído el interés de musicólogos y artistas contemporáneos.
La cocina sefardí, adaptada a las leyes dietéticas judías (kashrut), incorpora elementos ibéricos, mediterráneos y locales de las tierras de asentamiento. Platos característicos incluyen:
Las tradiciones culinarias sefardíes varían según la región, con comunidades en Marruecos, Turquía o Italia desarrollando sus propias especialidades distintivas.
No todos los judíos españoles abandonaron la Península. Muchos se convirtieron oficialmente al cristianismo pero mantuvieron prácticas judías en secreto, convirtiéndose en "criptojudíos" o "marranos" (término inicialmente peyorativo). Estos "Nuevos Cristianos" vivían bajo constante sospecha de la Inquisición, que persiguió activamente cualquier signo de "judaización".
Algunas prácticas criptojudías incluían:
Comunidades de descendientes de criptojudíos han sido identificadas hasta tiempos recientes en Portugal, España, Latinoamérica (especialmente en el suroeste de Estados Unidos, México y Brasil) y Mallorca (los "Chuetas").
En sus nuevos hogares, los sefardíes hicieron contribuciones significativas en múltiples campos:
En las últimas décadas, ha surgido un renovado interés tanto académico como popular en el legado sefardí, manifestado de diversas formas:
Reconexión con España y Portugal: En 2015, España aprobó una ley que ofrece la nacionalidad a descendientes de sefardíes expulsados, un gesto simbólico de reconciliación histórica. Portugal implementó una legislación similar.
Revitalización cultural: Organizaciones como la Autoridad Nacional del Ladino en Israel y Ladinokomunita trabajan para preservar y revitalizar el judeoespañol. Festivales, grabaciones musicales y publicaciones mantienen vivas las tradiciones sefardíes.
Investigación genealógica: Avances en genealogía genética han permitido a muchos identificar raíces sefardíes previamente desconocidas, especialmente entre descendientes de criptojudíos.
"Dondequiera que vayamos, llevamos España en nuestra lengua, en nuestras oraciones, en nuestras canciones." — Dicho tradicional sefardí
La historia de la migración sefardí es simultáneamente una narrativa de tragedia y triunfo. Representa la capacidad del pueblo judío para preservar su identidad incluso bajo las circunstancias más adversas, adaptándose a nuevos entornos mientras mantiene vivas sus tradiciones esenciales.
Es también un recordatorio de las consecuencias de la intolerancia religiosa y el extremismo, pero igualmente de la resiliencia del espíritu humano y la riqueza que surge cuando diversas culturas se entrelazan.
En un mundo contemporáneo donde las migraciones forzadas continúan siendo una realidad para millones de personas, la experiencia sefardí ofrece tanto lecciones históricas como inspiración: la capacidad de reconstruir vida y cultura después del desarraigo, y la posibilidad eventual de reconciliación y reconocimiento, incluso siglos después del exilio.